EL TIEMPO DETENIDO EN UNA POLAROID


Juan Pereira Segovia siempre camina mirando al piso. Abraza muy fuerte el maletín raído donde guarda su Polaroid SX-70, que lo acompaña desde hace mucho tiempo. Ni bien pisa la Plaza San Martín se adueña del centro de la plaza y se coloca su chaleco. Todos allí usan un chaleco verde que dice fotógrafo municipal, pero su chaleco es azul, y dice Polaroid.

Está viejo, con 72 años encima y recuerdos alucinantes de las fotos que ha tomado, como cuando el mismísimo Fernando Belaúnde Terry lo mandó llamar para inmortalizar uno de sus cumpleaños en el Cordano; o cuando en pleno momento de fotografía, un joven decidió parar el asunto, para pedirle a su enamorada que se casara con él.

Don Juan nació en Ancash, pero vive en Lima desde hace muchos años. Su primer trabajo en la capital fue como carpintero, ayudando a su tío Manuel. Un día su amigo Cirilo, fotógrafo del parque universitario, lo animó a aprender el arte de la fotografía al minuto, y desde entonces cambió la madera por la cámara.

No tiene idea de lo que significa un plano a contraluz, ni tampoco entiende qué cosa es un contrapicado. Pero al momento de fotografiar demuestra que la práctica hace al maestro. Sabe en qué posiciones se ve uno mejor, y que salga el rostro de don José de San Martín y no solamente la cabeza de su caballo; sabe desde dónde disparar la foto; cómo debe uno abrazar a su pareja; y todo eso en un lapso de 5 minutos, con fotografía revelada incluida.

Ël trabaja todos los días. Tiene que recuperar con creces los 140 soles que paga al año a la municipalidad para que le permitan trabajar libremente por la Plaza San Martín. Recién son las cuatro de la tarde, faltan dos horas más de trabajo, y al pobre viejo se le ve muy cansado. Sigue mirando al piso, se seca la frente con un pañuelo tan viejo como su maletín.

El negocio de todos los días implica a veces 5 fotos, cada una a cinco soles; o hasta diez fotos en los fines de semana. Pero el negocio ha caído mucho. "Ya no es lo mismo. ¡Mira! Todos ésos de allá son aficionados, y tienen sus propias cámaras". De pronto un chinito, pateando el castellano, se aleja de su grupo de chinitos y le pide una fotografía. Acto seguido, saca una cámara de su canguro y se la entrega a Juan para que simplemente tome la foto. "Eso molesta. A veces me dejan una propinita, pero no es lo mismo". Refunfuña mientras guarda su Polaroid, y se va caminando, siempre mirando al piso.

Minutos antes de partir, se sienta un ratito para descansar los huesos. "Te quiero confesar algo. Yo quisiera escribir un libro. Quisiera contar sobre todas las cosas que he visto con mi cámara. Yo me he encargado de detener en el tiempo algunos buenos momentos de las personas. He fotografiado matrimonios, miles de besos, cumpleaños, y tantas cosas, hijo. Pero me gustaría que alguien hubiese detenido algunos momentos míos. Detener mi infancia allá en Ancash, por ejemplo".

Don Juan se pone de pie. Ya son las seis. Me da la mano tímidamente, se despide y me dice que no olvide volver el día que me case para que me tome una foto en su Polaroid. De pronto, una pareja lo intercepta para pedirle una fotito. "¡Cómo no, jovencitos!". Voltea a mirarme nuevamente mientras saca su vieja cámara. "Nunca es tarde para detener el tiempo aunque sea un ratito más".

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