El circo de la calle

Hace mucho tiempo que los semáforos en rojo de las calles de Lima son la señal que indica el salto al ruedo de los artistas de la calle: tipos haciendo malabares con bolas, clavas, dando volantines por los aires, jugando con fuego.
Son las 5 de la tarde. Cruce de la Av. Petit Thouars con Alejandro Tirado, en Santa Beatriz. Michael Matos (pero le pueden decir Mico), está sentado a un lado de la pista junto con un amigo del barrio, Leo, en pleno ritual de calentamiento.
Mico tiene 24 años. Es un tipo flaco, no muy alto, con el pelo bastante largo y desordenado. Leo, en cambio, tiene 22 años, es bajo, de barba tupida, con una voz carrasposa. Ambos llevan puestos sus uniformes de trabajo, que no es más que un buzo viejo, un polo rojo y un sombrero ridículo, al mejor estilo de Chaplin. Se dedican a esto desde hace 8 años, y ahora enseñan lo que han aprendido a los niños del barrio de La Victoria.
Apenas hemos empezado a hablar, cuando de pronto se pone de pie (“un toque, chino”), y dan inicio a sus shows del día. Leo toma su cajón y se sienta en medio de la pista. Al compás de un ritmo afro, Mico inicia lanzando tres palitroques (clavas) al aire, uno tras otro. Luego, Leo le lanza uno más, y otro más.
El tiempo del show dura poco más de 1 minuto, que es lo que dura el semáforo en rojo. Al terminar, los dos se ponen de pie, se inclinan en una pose beatlera agradeciendo a su público, y pasan un sombrero entre los motorizados espectadores. Leo recuerda entre risas, que al inicio se les iba la mano, y terminaban el show justo cuando el semáforo pasaba a verde.
Secándose el sudor con las mangas de su polo, Mico se sienta nuevamente al lado de la pista. Esta vez la “pesca”, o la colaboración que obtuvieron fue de 3 soles con ochenta centavos.
- ¿ Qué te pareció, chino? Esta es la chamba de todos los días. A veces se sacan 25 lucas por noche, otras veces 40. Por ahí un tío se emociona y nos da hasta un billete de 20, lo que te puede parar la noche. Todo está en hacer un buen trabajo. Presentar algo de calidad – me cuenta Mico.
Cada tres semáforos, Mico cambia de elemento: de las clavas, pasa a las bolas, luego retoma las clavas, y cuando cae la noche inicia el espectáculo de fuego. En algunas ocasiones Leo alterna con él haciendo un dúo de malabaristas, verdaderamente alucinante.
El rompimiento de las calles de Lima es un dolor de cabeza para todos, menos para ellos. Y es que ahora, gracias al cierre de las primeras cuadras de la Av. Petit Thouars, en el semáforo de Alejandro Tirado se concentra una increíble cantidad de vehículos, lo que para ellos significa más audiencia.
Ya ha caído la noche en Lima. Es hora de iniciar el espectáculo de fuego. Mico saca de su mochila una especie de chacos bastante caseros que tienen los extremos forrados en telas de jean. Remoja cada extremo en un balde que contiene kerosene, les prende fuego, y empieza a dibujar círculos de luz con ágiles movimientos.
- La vida del artista de calle es, a veces, jodida. Da cólera cuando te les acercas y te cierran la ventana, como si fueras a robarles; o algún tío que insulta, y te tasa de vago; o cuando la gente te ve y se cruza al frente porque te tienen miedo; o incluso los serenos que siempre te votan de un lado a otro – dice Leo.
- La típica es que todos te aplaudan, pero nadie se porta – añade Mico, mientras prepara sus clavas. – Pero así es la chamba. Finalmente hacemos lo que nos gusta. Y lo hacemos lo mejor que podemos. El 2006, una gente de la Tarumba chequeó nuestro trabajo, y nos llamaron para que los apoyáramos en el festival de teatro de FITECA, en Comas. Esa nota me dice que estamos en algo, que nuestro trabajo tiene sentido.
Cansados, luego de varias horas de malabares y brincos, los dos artistas callejeros deciden dar por terminada la función de hoy. Nos ponemos todos de pie, cada uno toma sus cosas. Curiosamente el semáforo se ha quedado detenido en ámbar. Debe ser que cambiará a rojo, cuando la función vuelva a comenzar.
Son las 5 de la tarde. Cruce de la Av. Petit Thouars con Alejandro Tirado, en Santa Beatriz. Michael Matos (pero le pueden decir Mico), está sentado a un lado de la pista junto con un amigo del barrio, Leo, en pleno ritual de calentamiento.
Mico tiene 24 años. Es un tipo flaco, no muy alto, con el pelo bastante largo y desordenado. Leo, en cambio, tiene 22 años, es bajo, de barba tupida, con una voz carrasposa. Ambos llevan puestos sus uniformes de trabajo, que no es más que un buzo viejo, un polo rojo y un sombrero ridículo, al mejor estilo de Chaplin. Se dedican a esto desde hace 8 años, y ahora enseñan lo que han aprendido a los niños del barrio de La Victoria.
Apenas hemos empezado a hablar, cuando de pronto se pone de pie (“un toque, chino”), y dan inicio a sus shows del día. Leo toma su cajón y se sienta en medio de la pista. Al compás de un ritmo afro, Mico inicia lanzando tres palitroques (clavas) al aire, uno tras otro. Luego, Leo le lanza uno más, y otro más.
El tiempo del show dura poco más de 1 minuto, que es lo que dura el semáforo en rojo. Al terminar, los dos se ponen de pie, se inclinan en una pose beatlera agradeciendo a su público, y pasan un sombrero entre los motorizados espectadores. Leo recuerda entre risas, que al inicio se les iba la mano, y terminaban el show justo cuando el semáforo pasaba a verde.
Secándose el sudor con las mangas de su polo, Mico se sienta nuevamente al lado de la pista. Esta vez la “pesca”, o la colaboración que obtuvieron fue de 3 soles con ochenta centavos.
- ¿ Qué te pareció, chino? Esta es la chamba de todos los días. A veces se sacan 25 lucas por noche, otras veces 40. Por ahí un tío se emociona y nos da hasta un billete de 20, lo que te puede parar la noche. Todo está en hacer un buen trabajo. Presentar algo de calidad – me cuenta Mico.
Cada tres semáforos, Mico cambia de elemento: de las clavas, pasa a las bolas, luego retoma las clavas, y cuando cae la noche inicia el espectáculo de fuego. En algunas ocasiones Leo alterna con él haciendo un dúo de malabaristas, verdaderamente alucinante.
El rompimiento de las calles de Lima es un dolor de cabeza para todos, menos para ellos. Y es que ahora, gracias al cierre de las primeras cuadras de la Av. Petit Thouars, en el semáforo de Alejandro Tirado se concentra una increíble cantidad de vehículos, lo que para ellos significa más audiencia.
Ya ha caído la noche en Lima. Es hora de iniciar el espectáculo de fuego. Mico saca de su mochila una especie de chacos bastante caseros que tienen los extremos forrados en telas de jean. Remoja cada extremo en un balde que contiene kerosene, les prende fuego, y empieza a dibujar círculos de luz con ágiles movimientos.
- La vida del artista de calle es, a veces, jodida. Da cólera cuando te les acercas y te cierran la ventana, como si fueras a robarles; o algún tío que insulta, y te tasa de vago; o cuando la gente te ve y se cruza al frente porque te tienen miedo; o incluso los serenos que siempre te votan de un lado a otro – dice Leo.
- La típica es que todos te aplaudan, pero nadie se porta – añade Mico, mientras prepara sus clavas. – Pero así es la chamba. Finalmente hacemos lo que nos gusta. Y lo hacemos lo mejor que podemos. El 2006, una gente de la Tarumba chequeó nuestro trabajo, y nos llamaron para que los apoyáramos en el festival de teatro de FITECA, en Comas. Esa nota me dice que estamos en algo, que nuestro trabajo tiene sentido.
Cansados, luego de varias horas de malabares y brincos, los dos artistas callejeros deciden dar por terminada la función de hoy. Nos ponemos todos de pie, cada uno toma sus cosas. Curiosamente el semáforo se ha quedado detenido en ámbar. Debe ser que cambiará a rojo, cuando la función vuelva a comenzar.
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