de Grafito



La primera tarea complicada al empezar a dibujarte es encontrar un buen ángulo. No me refiero a que no exista, ojo, sino todo lo contrario. Lo complicado es encontrar un ángulo en el que pueda sentarme a dibujarte, sin sentir las ganas de abalanzarme encima tuyo.

El primer paso es desnudarte. Despacio. Sin prisa. Bajar el cierre de tu vestido por la espalda, hasta llegar la cintura. Luego, deslizar suavemente las tiras de los hombros hacia abajo. Admito que aquí debo contener de alguna manera la respiración, evitando siempre ir más allá. Ver cómo caen las tiras de tu vestido es un buen aliciente para luego dibujarte. Ahora, ya con el vestido en el suelo, alrededor de tus pies, el panorama será divino.

Aquí es donde me alejo, mientras tú te quedas de pie, hasta que indique qué hacer. Siempre debo procurar sentarme a no más de un metro de ti, o un metro y medio. Entonces te pediré que desabroches tu brassiere, siempre despacio, con calma, y que termines por quitarte todo.

El paso siguiente es que te recuestes suavemente, ya sea en la cama, en el sofá, o en el diván. Quédate recostada de lado, mirándome. Pon tu cabello sobre tu hombro levantado, y mírame. No te muevas.

Ahora inicia mi trabajo. Primero debo esbozar tu silueta. El grafito debe correr solo por el lienzo, debe ser todo muy sincronizado. Yo suelo bocetear el rostro, marcarlo, y definir tu cuerpo.

Empiezo por tus hombros, procurar definir tus pecas, el brillo de tu piel tersa. Entonces llegar a tu pecho. Plasmar la redondez de tus senos, la sinuosidad de tu sombra, la delicadeza de tus pezones. Seguiré con tu vientre, con la firmeza en el trazo de tu cintura, en el pecaminoso detalle de tu ombligo.

Aquí, admito, transpiro algo, y mi respiración está un poco complicada. Pero créeme, no pienso parar.

Me gusta detenerme en tus manos. Me gustan tus manos. Me gusta la idea de poder plasmar tus manos en mi lienzo. Tus manos tal cual las siento, me refiero.

Ya lo que sigue es más complicado, porque además de dibujar, debo concentrarme en hacerlo, y no en ir a tu lado. Dibujar tus piernas entrecruzadas, ocultando todo y a la vez invitando a tanto. Tus muslos, tus pantorrillas, detenerme en tus pies. Confieso, a manera de desahogo luego de tanta piel tuya expuesta ante mí, que me gustan tus pies. Sé que soy un fetichista, y que dibujarte sea tal vez la forma más clara de mi perversión, viéndote, imaginándote, plasmándote, sin tocarte.

Ahora te tengo en papel. Mis manos están manchadas de grafito, las yemas de mis dedos están claramente marcadas por la mina negra, y el calor es tan fuerte, que apenas y puedo firmar lo que he dibujado.

Ya puedes soltar la posición, ya puedes recostarte, ya puedes estirar tus piernas. No me queda más que sacudir el lienzo, que no queden residuos del grafito, y mostrarte la forma en la que te ven mis manos.

El tercer paso es mucho más sencillo. Solamente cierra los ojos...

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