Confidencias


A mí me costó mucho descifrar lo que significaba pensar de a dos, en vez de pensar en uno. Me costó saber que debía pagar dos entradas al cine, y no una. Me costó saber que debía ir hasta su casa, dejarla, para luego volver a la mía. Me costó acostumbrarme a decir todos los días buenas noches, y luego cerrar los ojos.

El complemento, la otra parte, ha llegado a mí siempre de casualidad. No creo que Alejandro Casona tenga la culpa, y muchos menos los Héroes del Silencio, aunque, el silencio (solito) sí tiene mucho de culpa. Tiempo atrás una sirena loca se metió a mi casa, asustó a mis ilustres invitados, y nunca pidió disculpas por eso. Arruinó mi mundo, mi fascinante locura, y estableció su sitio en el asiento del copiloto, reconstruyendo mi sonrisa y mi corazón. Y nunca pidió disculpas.

Y así como vino, de pronto, me regaló una tacita de colores, y un día se fue. Se fue dejando atrás un asiento vacío, una entrada ya pagada al cine, llamadas que se perdieron quién sabe dónde, besos de buenas noches, de buenos días, un corazón descompuesto, y un silencio en la casa que se mezcló con el humo de muchos cigarros.

Y no fue hasta que llegué cerca a un oasis, entre monjas y un convento, cuando alguien me pidió permiso para acurrucarse en mi hombro, y casi casi me pidió que la tratara suavemente (como dice Gustavo), bajo la luz tenue de un bar. Y de repente, se sentó a mi lado en un café con una botella de vino bajo el brazo, y la promesa de ir tomándolo conmigo sorbo a sorbo. Mi almohada se acomodó a su cabeza, y yo a su pecho. Nuevamente volví a ser uno que se compone de dos, y encontré siempre su sombra caminando al lado de la mía.

Reconstruyó mi corazón, esta vez para siempre, con la poesía de una mujer enamorada. Aprendí que Luchito fue nuestro amigo desde siempre, y que Janis sabía exactamente lo que nosotros pensábamos. Me acordé, luego de tanto olvido, que tenía siempre un lápiz y hojas de papel bajo la cama, y que si la noche me venía mala podía refugiarme aunque sea por un ratito en sus piernas y su poesía.

Esta mujer, de cabellos largos, se adueñó de mi cuerpo, entró en mi corazón, y guardó en su pecho la evidencia de que estaba perdido en ella. Y con Luchito aprendí que dentro de mi corazón, hay un corazón que sueña. Ése es mi verdadero corazón.

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