En la sien

¿Alguna vez has sentido el cañón metálico y frío de una pistola en la sien? Siempre he pensado que esto de la vida es para aquellos que tienen ganas de pelear. Yo, desde hace mucho tiempo, me di cuenta de que apostaba por la paz, que detesto pelear.

Aldo tenía 23 años, ahora tendría 34. El chino era mi ídolo. La primera tabla que tuve entre mis manos me la dio él, y fue él quien me enredó en este extraño vínculo con el mar. La primera vez que vi a una mujer desnudándose para mí fue cortesía del chino, y el primer tipo que me dijo hermano, sin que en realidad lo fuera, fue el chino.

La vida patea al todo el mundo, es cierto. Ni tú ni yo hemos sido la excepción. La diferencia está en el grado de resistencia al dolor, en cuántas patadas logres soportar. Aldo nació en el seno de una familia bien, de esas que no se pueden dar el lujo de tener un hijo problema, sino que en todo caso deciden mandarlo a estudiar bien lejos, basados en el gran lema “ojos que no ven…”. Cuando volvió de EEUU estaba convertido en un playboycito, un tipo que vivía entre el gimnasio, el sexo, las drogas, el sexo, y el mar. San Bartolo fue el último lugar donde decidió anclar su vida, y por esas cosas del mar y de la hierba, el chino se convirtió en mi hermano.

¿Por qué lloras por él? No fue más que un cobarde! Los jueves en San Bartolo solían ser extrañamente calmados. La respuesta a la calma era básicamente que los malogrados hígados descansaban el jueves y la madrugada del viernes, para poder destruirse como Dios manda en los brazos de Baco todo el fin de semana, y ese jueves siguió fiel a la regla. A las 3 de la mañana del viernes 14 de agosto, el chinito decidió que no daba para más, decidió que estaba cansado, decidió dejar al lado de mi cama la Thruster 6’10’’ con la que ganó su primer campeonato con una carta que terminó de romper mi juventud, y un hermano mío se despedía de mí y del turbulento San Bartolo.

El suicidio no es de cobardes. Me joden los que así lo piensan. Todos tienen derecho a llevar su vida como puedan y nadie pidió ser el elegido para venir a este mundo de mierda. Si la vida te duele minuto a minuto, si no quieres seguir más con esto, quién es quién para obligarte a seguir? Acaso alguien carga tus muertos por ti? Quién te quita de la mente la imagen del mejor amigo de tu vida con la cabeza reventada? Quién te ayuda a soportar las preguntas, y a pasar noches en una casa vieja, enorme, frente al mar, y con el chino muerto?

Ahora me cuesta más levantarme día a día, ponerme la careta de graciosón, de alegre, de buen amigo, de tipo feliz y contento, de tipo vivo. Ahora, de noche, extraño al chino, fumando un pucho en su nombre, y pisando el mar de San Bartolo. ¿Nunca has sentido el cañón metálico y frío de una pistola en la sien? Yo sí.

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