Perfume

No sé qué les sucede a las mañanas... a mis mañanas quiero decir. Despertarme antes que el despertador, y quedarme viéndolo por largo tiempo, con detenimiento, como velando su sueño, hasta que de pronto suena y lo apago para que haga el menor ruido posible, para que no arruine esta quietud enfermiza. Luego levantarme, poner algún disco en el tornamesa, usualmente Miles, destruirme la poca mañana en tanto sonido metálico de una trompeta quizá más atormentada que yo. Y entonces el cigarro encendido en el cenicero, y las dudas de si meterme en la cama para siempre, o si ir por una ducha, y arrancarle segundos a ese tiempo maldito que no sabe más que andar y andar.
Y lo curioso es que, en medio de esa prisa inmisericorde, el sonido de los platillos tocados con espumas, suaves, en compases de 12/8, me brinda esa deliciosa esperanza de que todo puede irse a la velocidad que quiera, pero yo pondré mi propia velocidad. Tienes razón, Miles... so what?
Una pitada, dos pitadas, escudriñar tras las cortinas de la sala, fisgoneando a esa ciudad salvaje y autómata que merodea por ahí. Es entonces cuando casi me decido a no volver a salir de casa jamás. Y de pronto, en medio de ese humo denso de cigarro, siento su perfume. No sé cómo, ni por dónde llega. Simplemente aparece y me invade. Y podría jurar que juega conmigo, me lleva por el pasillo, hasta la cocina, y luego lo vuelvo encontrar en mi habitación.
El ritmo del saxo de Coltrane se vuelve cada vez más agitado, y la tarola, y los platillos, y tres colillas de cigarro en el cenicero, y la casi certeza de que hoy... de que nunca volveré a salir de casa. Pero su perfume vuelve, o tal vez nunca se va, y entonces el cielo deja de ser tan gris, y les juro que se vuelve celeste, o azul; y la calle ya no resulta agreste, o al menos no tanto.
De ella no tengo más que una foto, es cierto. Pero siempre me sonríe, todos los días, a toda hora, solamente a mí. Y siempre pienso qué estará haciendo en este momento... quizá esté fumando un cigarro también, y viendo mi fotografía. O quizá esté dormida, escuchando a Miles en sueños. O quizá esté en cualquier otra parte, sin acordarse de mí. Pero eso no importa, porque yo, todas las mañanas, aunque les parezca curioso, me siento a esperar la hora en que su perfume venga, juegue conmigo, y me haga recordar cómo sonreír.
Comentarios