Óleo de un hombre sin sombrero

Hoy me he puesto a pintar, como no lo hacía hace mucho tiempo. Siento que he devorado mi lienzo, lo he destruido y rearmado mil veces, y siento la furia de tener que vomitar todo lo que soy de una vez por todas, sin parar, sin dormir, sin ducharme, para no ser asesinado por mí mismo.

Hoy, luego de mucho tiempo, siento este olor a acrílico, a plástico, a melancolía, a vino barato, y nuevamente tengo las manos cuarteadas, manchadas de mí, de mi azul repugnante, de mi amarillo cobarde, de mi verde frustrado, de mi rojo sangre, y me encuentro nuevamente cara a cara con el más terrible de mis demonios, que me deja espatulado en cada rincón de este lienzo sin tregua.

Cada trazo que va es una puñalada a mí mismo, certera, profusa, limpia. Y en cada toque de color se me va una lágrima, y luego otra, y entonces el viaje no tiene retorno... la vehemencia se apodera de mí, y el pavor se confunde en colores negros y grises.

Hoy he vuelto a verme en mis lienzos, escondido en el rincón de mi habitación a oscuras, ahogado en el fondo del mar del sur, refugiado cobardemente entre sus senos, con el cuerpo inerte y desnudo, huyendo de ese demonio en el que me he convertido, peleando a trazos gruesos, buscando un color que me deje esconderme tras él.

Hoy me he puesto a pintar como no lo hacía hace mucho tiempo.

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