Monsieur Frank

Escuchar a Sinatra, un sábado de éstos, grises, bien Lima, tristes, con nudos en la garganta, en medio de una soledad que ya termina por atosigar, puede acarrear tantos significados.
Por ejemplo, están los que añoran el sombrerito pequeño, pero viril, el sobretodo impecable, bajo una lluvia neoyorquina, o parisina al menos, la sonrisa ganadora y galante, las sonrisitas dulces y coquetas en respuesta, de damiselas de blondas cabelleras, que corren en puntitas de pie hasta la acera de enfrente, tapando sus sonrisas entre sus manos.
Pero Frank es mucho más. Es, también, la provocación a llevarse un cigarrillo a la boca, ojo, siempre con la pose canchera del tipo del abrigo y sombrero, que sonríe a diestra y siniestra, apoyado en un poste. Y de vez en cuando silba una tonadita, y da brincos, bailoteando hasta el próximo poste, en plena noche, donde todos los ojos están puestos sobre él.
O puede que opte por irse a un bar, finísimo, sentarse a la barra, pedir un vodka, mientras mira solapadamente a todas partes hasta divisar a esa espectacular mujer sentada sola en su mesa, a la cual enviarle un trago, cortesía del caballero aquél de la barra. Y luego de eso reclamar el título de rey en las lides amorosas, dejando tu huella en un juego de sábanas más.
Pero si a ella la llevas debajo de tu piel, muy profundo en tu corazón, y ya es verdaderamente una parte de ti, entonces seguramente querrás sentarte con un trago al lado, darle todo el volumen a Frank para que cante como lo hacia en las Vegas, y esperar que ella lo escuche, que dé brinquitos en la calle hasta llegar a tu poste, que se sonría tímidamente cuanto la mires, que te pida una pitada de tu cigarro, y que acepte ese trago de cortesía que le enviaste desde la barra, y que venga por fin, a terminar este sábado gris, diciendo algo estúpido, como te amo.
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